Abrazar todas mis voces
| 11 de julio de 2023
Ayer, luego de 14 años, volví a cantar en un estudio de grabación. La cabina, las consolas, los micrófonos, el sonido, el silencio, los audífonos y todos los rituales alrededor del espacio, fueron un flash al pasado pero, ahora todo se sentía diferente a la última visita.
La primera vez que participé en una grabación de estudio tenía 4 o 5 años, fue para un disco de navidad que uno de mis tíos estaba produciendo con sus canciones y, junto con mis primos, eramos las voces infantiles que hacían coros o animaban en un par de temas. Recuerdo la ilusión de cantar para acompañar a mi artista favorito pero al mismo tiempo, que no sentía vínculo con los textos que debía decir o lo aburrido que resultaba para una niña estar quieta y callada en un lugar donde no habían juegos ni actividades de recreación.
A esa grabación le siguieron varios discos escolares en los que canté himnos, villancicos y canciones religiosas para la institución donde estudiaba. Siempre me resultó curiosa la emoción de mis compañeres al ingresar al estudio y seguir todo el proceso. Su cara de asombro y emoción cuando el técnico daba la señal y las pistas salían por los audífonos. Las fotos en el estudio, la ilusión de escucharse, el relato de regreso al colegio con orgullo; nada de eso se sentía importante para mi porque desde niña toda la magia de los estudios de grabación me fue revelada.
Mi papá fue productor de varios artistas locales y recuerdo ir con frecuencia al estudio para acompañarle. Pero era justo eso, yo era una niña y quedarme sentada, quieta y silenciosa, mientras él hacía su trabajo por muchas horas, me resultaba agobiante. Siempre llevaba algún libro, unas pinturas o un cuaderno para “entretenerme” pero aún así -luego de un tiempo- solo quería irme. De ahí que, esa magia que todes sentían, para mi no existía.
Mi vínculo con la música cambió con los años y a pesar de la gran influencia musical familiar, decidí tomar distancia de ella porque viniendo de una “familia de músicos” -donde todes cantábamos o interpretábamos algún instrumento, ser música no se sentía ni especial ni auténtico para mi. Así que cuando tuve la oportunidad, dejé de cantar para buscar mi propia voz en otros espacios.
De esta manera, me encontré en la escritura, en el ensayo, en los versos, en los cuentos que escribía en silencio sobre las cosas que vivía o las personas que conocía. Esa voz escrita se sentía más personal pero a la vez era más libre, comprendía cada palabra y en cada letra estaba presente. Había tanto camino por andar ahí que resultaba alucinante el sentirse sorprendida y maravillada con todos los mundos posibles por crear en los textos. Fue esa misma voz escrita la que me ayudó a descubrir mi voz pública en la radio, a donde acudí para leer uno de mis poemas pero donde me he quedado por más de 10 años.
En la cabina de radio, al inicio tartamudeaba y me trababa mucho porque tenía miedo de decir alguna cosa fuera de lugar, de equivocarme o de simplemente, que alguien me escuche. Pero poco a poco me fui encontrando también en esa voz, que a medida que investigaba y escuchaba con mucha atención a otras personas, tenía más cosas por decir. Y que aunque a veces también se equivoca y en muchos cursos de locución le han dicho que debería parecerse más a otra persona para ser “comercial” o “atractiva” para otro público, ha decidido no dejar de ser y apostar más por un mensaje propio que por una imitación o tributo vocal a «las grandes voces del medio».
Estando en la radio sentí que quería volver a explorar mi voz musical y decidí unirme a un coro vocacional, donde por fin sentí los nervios y la emoción de las primeras presentaciones en un proyecto que sentía como mío. Ahí fui sanando mi relación con la música y reconociendo que amaba cantar pero que para mi era importante que sea una elección y no una obligación. Con la pandemia, ese coro -que fue hogar vocal- entró en pausa pero mis ganas de cantar no, y cuando tuve la oportunidad, audicioné para un ensamble vocal femenino, que ha sido uno de mis retos musicales más bonitos.
Ayer fue extraño justo por eso, porque cuando ingresé en la cabina con mis amigas cantoras pude sentir por fin la magia de grabar. La magia de que por primera vez, yo elegía estar ahí, que fue mi decisión cantar esa canción y todas mis voces estaban presentes mientras juntaba mi sonido al de mis compañeras. Ya no tenía miedo de que alguien me escuche porque sentía que lo que decía tenía valor para mi, porque comprendía el texto y me conectaba con él, porque era yo en todo momento a través de ese canto colectivo.
Abrazar todas mis voces ha sido escucharme -sincera y profundamente- sintiéndome feliz y agradecida por cada una de ella, que luego de 31 años, ya no tiemblan y se sienten seguras de ser como son. Que cambiarán con el tiempo nuevamente, que seguirán ajustando su mensaje y posiblemente den lugar a otras voces que también me habitan pero que en cada una, ahora deciden ser ellas.